EL AÑO DE ATLANTA.
Si hay algo que ha caracterizado el deporte profesional de los Estados Unidos en el último año son los “milagros”. Las gestas heroicas de los que se suponen underdogs o el final de sequías de antaño. Los Pittsburgh Penguins, los Cavaliers de la lastimada Cleveland y los Chicago Cubs, por mencionar los más recientes y notables. Todos ellos, especialmente los Cubs, hicieron algo que iba contra los pronósticos de aficionados y profesionales. Falta que la NFL ponga su cuota en esa historia. Y los Atlanta Falcons son el equipo ideal para hacerlo. No sólo eso, los New England Patriots son el rival perfecto. El equipo al que nadie le da credibilidad contra la poderosa dinastía.
Hay una mística especial con el equipo de Falcons en su versión 2016-17. Ya no parecen ser aquellos enrachados Halcones que llegaron a su único Super Bowl para ser el tapete de John Elway. Tampoco son el equipo que brillaba a partir de figuras como Deion Sanders o Jamal Anderson y fuera de ello no había más. Ni tampoco ese competitivo conjunto de Mike Smith que siempre estaba falto de personalidad a la hora cero. No. Estos Falcons emergieron tras una temporada de 8-8, para ser unos de 11-5 que demuestran mucho carácter y, sobre todo, no tener miedo a los retos. Lo vimos contra Seattle y contra Green Bay. Dos rivales imponentes a los que le faltaron al respeto. Esa ha sido precisamente la tónica de toda la ofensiva: responder. Atacar con osadía y sin miedo.
Hay un término en inglés que me gusta mucho para definir a equipos como éste: poised. No hay una definición que le haga justicia a la palabra. En español es decir que alguien está listo, pero cuando lo aplicas al deporte es para darle un aura imparable al equipo o jugador en cuestión.
Dicen que Tom Brady está en una misión. ¿Qué creen? Matt Ryan también. El muy probable MVP de la temporada ha cambiado. Y tener enfrente a un rival al que nunca le ha ganado es todo lo contrario a una cábala. Es un reto para enfrentar con creces. Uno del cual va a salir ganador.