Cosa de locos

La definición del diccionario es bastante categórica: loco es aquel que contradice toda norma social establecida. Si te crees Superman, e intentas volar como tal, estas loco. Si piensas en vestirte como un perro y que tu esposa te saque a pasear con una correa por el barrio, no solo estas loco sino que además te gusta el sadomasoquismo. Si intentas pagar la hipoteca con baldes llenos de mierda, estas hiper loco (pero has hecho una gran critica al capitalismo). Ahora bien, esa locura que se aloja en lo más profundo de cada uno de nosotros y que es reprimida a fin de poder encajar en la sociedad, muchas veces necesita una válvula de escape para que el corazón y la psique no implosionen.

El lugar por excelencia para dejar fluir esa pesada carga no es otro que un campo de juego. No importa si es en la grada o dentro de la cancha, allí podemos descargar toda esa pesadez, ya sea con un grito, un insulto, un gol o, incluso, un puntapié al tobillo del rival. Después de un buen partido de futbol, uno se siente liberado e incluso más liviano. Puede encarar el quehacer diario con mayor tranquilidad sabiendo que, al menos por unos días, no va a arder en deseo de entrar a los tiros en la oficina del fisco. Pero, para aquellos que hacen del futbol una profesión, la tarea no es tan sencilla. El gol perdido, la lesión inoportuna o el pase mal dado, suelen ser el combustible del que se alimenta la locura para carcomer la cabeza de los hombres. La única “ventaja” es que, si tienes suerte y no te sacan del equipo, el próximo partido te ofrece la oportunidad de redimirte.

El único que no goza de este “derecho” es el entrenador. El debe analizar la derrota, plantear estrategias nuevas y abandonarse a la suerte una vez que suena el pitazo inicial. Un DT “elige y ordena” a sus jugadores, pero no los controla una vez que estos pisan el terreno de juego. En los pies de sus dirigidos esta depositado el futuro laboral de este pobre asalariado de la angustia. Si el equipo no gana, la prensa, los hinchas y los dirigentes del club pronto reclamaran su cabeza. Algunos managers eligen mostrarse desafiantes y altaneros, como si todo el mundo fuera su enemigo. Otros, en cambio, optan por la vertiente del sufrido hasta el extremo, admitiendo que cada domingo es una oportunidad para viajara los infiernos de la derrota. Los menos son los eternos optimistas, para los cuales ninguna derrota es demasiado abultada.