Un DT distinto

Marcelo Bielsa no entra en ninguna de estas categorías. Ante la prensa el es un hombre frío, un rostro pétreo y monocorde que admite de manera descarnada sus errores y menoscaba sus virtudes. No busca la lástima de sus interlocutores, pero tampoco su aprobación. Para él, conocedor como pocos de las ingratitudes del cuarto poder, desnudar el alma ante los micrófonos es un pecado, es otorgarle a los medios la potestad de engullírselo. Resulta raro que una persona tan introvertida, tan reservada, tan silenciosa a su manera, sea catalogada como “un loco”.

El futbol ofrece un sinnúmero de vertientes de la locura: el entrenador que aporrea periodistas, el jugador que insulta a los hinchas rivales (y propios), el arquero que realiza cabriolas para despejar un “tirito”, el purasangre que, después de convertir un golazo, hace una danza más propia de Barýshnikov que de un delantero. El silencio no debería entrar en esa lista. Quizás su “locura” sea la de saber cuales son las reglas del juego y decidir no jugarlo a pesar de todo. Su partida del Olympique de Marsella es el resultado de eso. Bielsa había arreglado su contrato y dispuesto todo para comenzar una nueva temporada, pero la dirigencia del equipo francés le pidió rever algunas cuestiones contractuales. “El Loco” es un hombre de palabra, y como tal espera que lo pactado se cumpla. Si la otra parte cree estar en condiciones de desdecirse, el esta habilitado a rever también su posición. Muchos entrenadores hubiesen aceptado mansamente (o haciendo la pantomima de protesta) los cambios contractuales, pero Bielsa no es de los que se “deje tocar el culo”. En muchas ocasiones lo ha demostrado.